Escrito por Douglas Lee

Empecé este libro con la intención de divertirme, echando un vistazo a la extrañísima religión de los testigos de Jehová.



En eso creo que el libro ha conseguido su objetivo, sin embargo, tal como se iba desarrollando, se fue transformando también en la historia de mi vida, entrelazándose con hechos interesantes y frecuentamente súper divertidos sobre esta extraña y fundamentalista fe.



Y sí, tiene sus momentos de tristeza y a veces puede ser bastante conmovedor, aunque en general el libro se ríe de una religión que pretende ser la única e incomparable portavoz de Dios aquí en la Tierra.



Sunday, May 16, 2010

Ejemplo de capítulo 1. Fíjaos en los anotaciones al pie de cada entrada.

Capítulo 1.
Los testigos de Jehová, ¿quién demonios son?

Aparte de estudiar en casa, nuestra casa se usaba como punto de encuentro para cualquier actividad de predicar casa por casa que tomaba lugar en la zona. Esto hizo que nuestro comedor estuviese regularmente lleno de grupos de testigos, listos para convertir a las malvadas cabras (1) en blancas y suaves ovejitas. Los sábados por la mañana eran nuestras mejores horas para ir a predicar y, por eso, cada fin de semana a las 8:45 de la mañana, un grupo de testigos legañosos con cara de sueño venía a nuestra puerta y se metían todos en el comedor, cada uno de ellos engalanado con el atuendo típico y único de los testigos de Jehová.
Creo que sería justo admitir que a la mayoría de la gente no le gustan los testigos de Jehová. La mayoría de nosotros los miramos con ojos precavidos, inseguros de quién y qué son, sin muchas ganas de preguntar, por si acaso se toman el tiempo de contárnoslo. Desde el principio siempre se les ha visto como pertenecientes al grupo de forasteros raros que no se conforman con las normas de la sociedad. El grupo que se reunía regularmente en nuestra casa sabía esto y eran totalmente conscientes de que ellos no eran plato de gusto. Pero, a pesar de todo esto, yo tenía la impresión de que tampoco se esforzaban mucho para que la gente les quisiese.
En primer lugar, cualquiera que decidiera que un sábado por la mañana era el mejor momento para salir a predicar debería de haber sufrido de un caso extremo de megalomanía o nunca había salido a tomar algo un viernes por la noche. La idea de llamar a las puertas de personas que estaban seguramente descansando, con resaca de la noche anterior, y despertarles a las nueve de la mañana para preguntarles: “¿alguna vez se ha preguntado por qué hay tanto sufrimiento en el mundo?” era merecedora de una única reacción. Muy a menudo venía en forma de una clara sugerencia como la de que habría mucho más sufrimiento en el mundo si no nos íbamos a tomar por saco pronto. Perdí la cuenta de las veces que la gente abría la puerta en pijama, con los ojos como pelotas de ping-pong, y los pelos a lo loco como uno de esos trolls. Me sorprende que no fueran más violentos con nosotros.
Por si esto de despertarles por la mañana fuera poco insulto, su estilo de ropa pedía a gritos un estilista. La vestimenta usual solía ser un abrigo de tres cuartos (2) y un gorro ruso (3), que no fueran a juego, claro. Estoy describiendo lo que llevaban los hombres, por supuesto, particularmente los que estaban subiendo de rango en la sociedad. Lo que es más interesante, sin embargo, es que al decidir qué ponerse, las hermanas de la congregación parecían tener un uso práctico con una falta de estilo tremenda. Su traje favorito era un chubasquero puesto con clase encima de un abrigo Mackintosh con multi-botones y dos solapas de la leche. Todo esto con un bolso tan grande que podría llevar al menos veinte de los libros más pesados de la sociedad y, para colmo, cómo no, el indispensable y siempre digno de mención, gorro. Se llevaba como una señal de respeto y para representar el consejo de la Biblia que decía: “dando honor a la mujer como a vaso más frágil”. (4)

(1) A todas las personas del “mundo” se les llamaba cabras. Pero lo que es más interesante, he notado que las cabras tienen una habilidad innata de “tragarse cualquier mierda”, por eso, irónicamente, sería más apropiado llamar a los testigos “las cabras”.

(2) Tener un abrigo de tres cuartos era un requisito para cualquier hombre testigo que quisiera subir los peldaños hasta el estatus de Anciano. Venía en dos colores: beige y azul; y no sólo te ponías el abrigo, sino también veinte años más de golpe, aunque te los pusieras sólo por encima de los hombros.

(3) El gorro ruso se hizo popular en los setenta y fue adoptado por los hombres testigo como un complemento indispensable para el trabajo. Eran siempre grandes, negros y todos los que lo llevaban parecían unos soplagaitas.

(4) Siempre fiel a su estilo misógino, la Biblia compara a la mujer con “el vaso más frágil”, un término afectivo que les hace parecer algo así como una taza rajada. ¡Viva la igualdad!

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