Escrito por Douglas Lee

Empecé este libro con la intención de divertirme, echando un vistazo a la extrañísima religión de los testigos de Jehová.



En eso creo que el libro ha conseguido su objetivo, sin embargo, tal como se iba desarrollando, se fue transformando también en la historia de mi vida, entrelazándose con hechos interesantes y frecuentamente súper divertidos sobre esta extraña y fundamentalista fe.



Y sí, tiene sus momentos de tristeza y a veces puede ser bastante conmovedor, aunque en general el libro se ríe de una religión que pretende ser la única e incomparable portavoz de Dios aquí en la Tierra.



Sunday, May 16, 2010

Ejemplo del capítulo 1.

Capítulo 1.
Los testigos de Jehová, ¿quién demonios son?

El 30 de julio de 1964, en el paritorio luminoso de un hospital viejo y quebradizo, me encontré luchando por salir del canal de parto de mi madre, con la misma gracia que tendría un tipo gordito nadando en tapioca. Después de mucho empujar por parte de mi desesperada madre desde un lado y una comadrona tirando con optimismo desde el otro, finalmente emergí de todo este increíble episodio, cubierto de sangre, hecho polvo y, sobre todo, cabreado de narices. Como siempre me recuerdan, aparecí ese día como una pequeña bola de furia, gritando como un poseso. Lloraba, como lo hacen todos los bebés, con el shock de haber sido desalojado a la fuerza de mi hogar sin previo aviso, porque una enfermera que, obviamente, estaba enfadada conmigo por haberle dado una mañana difícil, me dio unos cachetes en el culo que fueron innecesariamente fuertes, y porque ahora ya estaba en el mundo real, donde las emociones y el dolor tomaban el enfoque principal. Ahora sé que en ese momento, al tomar mis primeros alientos ansiosos del aire desinfectado del hospital, si hubiera sido capaz de ver lo que los próximos veinte años de mi vida me iban a traer, es más que probable que hubiese seguido gritando y gritando, hasta que mi madre se hubiera visto obligada a darme en adopción.
Cuatro años antes, justo después del nacimiento de mi hermana mayor, Verónica, mis padres lamentablemente se toparon con las cuestionables; aunque siendo justo optimistas, técnicas de la secta de los testigos de Jehová. Para cuando nací; uniéndome a Verónica y a mi hermano mayor, Angus, en nuestra casa de tres habitaciones, mis padres ya estaban metidos hasta las narices en los trabajos de su gran y omnipotente líder, concretamente la Sociedad de Biblias y Tratados La Atalaya. Esta fue, y aún es, la compañía que, en esencia, es la máquina bien engrasada detrás de la secta de los testigos de Jehová. Por aquel entonces la organización estaba en medio de todo el ajetreo de una expansión masiva tanto aquí, en el Reino Unido, como por todo el mundo, y nuestros padres habían sido atraídos, sin darse ni cuenta, a su redil con la impresionante promesa de una vida eterna, paz en la Tierra y perfección humana. Lo que fue incluso más importante fue que, de acuerdo con la propia interpretación de la profecía bíblica de esta organización, todo esto iba a ocurrir en unos pocos años.
Mi madre, para su disgusto, fue la primera de la familia en convertirse, y aún a día de hoy mantiene que todo ocurrió más o menos por casualidad. Como la mayoría de las cosas, los cambios ocurren sutilmente, sin nadie darse cuenta en aquel momento del impacto que ese accidente nos iba a causar más adelante. Durante unos meses la madre de mi padre, Connie, había estado teniendo lo que se llama un estudio de la Biblia con dos hombres mayores de la congregación local. Era una pareja un tanto cómica que solía ir cada semana a casa de Connie y estar horas citando frases de la Biblia mientras se comían todos sus rollitos de higo. Tras una hora más o menos y la caja de rollitos vacía, se marchaban, pero con la promesa de regresar la semana siguiente.

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